por Ana Alejandre El mendigo del que hablo, un hombre de más de setenta años, menudo, enjuto, pero siempre con una sonrisa y una actitud que desdice su propia condición de marginado social, expresa la alegría de verme y poder charlar un rato con alguien que no le mira con el desprecio prendido en las pupilas -por considerarle “un mueble urbano” molesto y desagradable a la vista, además de inevitable, como todo mendigo es para los bien instalados-. No es la limosna, siempre insuficiente para sus muchas carencias y necesidades que tiene, sino el rato de charla, de ser “visto y “oído”, en esta sociedad en la que los “sin techo” son siempre seres invisibles para la comprensión y la ayuda, pero, sin embargo, molestos e irritantes para la vista y al olfato de quienes tienen una familia, un trabajo y un hogar y pocos problemas de conciencia. Este hombre baqueteado por la vida y explotado por su antiguo patrón que no le dio de alta nunca en los seguros sociales ni un contrato, y q...
Diario margina, blog que trata de aquellos temas marginales, pero no de menor importancia, y de los marginados de la sociedad.