Se llama
así al que padece la persona que se queda voluntariamente recluidas en su casa,
huyendo de toda obligación, tanto estudiantil como laboral, así como también
elude las relaciones sociales y familiares más íntimas.
El
término Hikikomori fue creado por el psiquiatra Tamaki Saito, en el año 2000, y
su significado es “apartarse” o “estar recluido”. El retiro debe ser
voluntario, no forzado por terceras personas, y sus causas pueden ser personales
y sociales.
Las personas
que lo padecen son fundamentalmente los jóvenes, pues en ellos se encuentra una
mayor timidez, sensibilidad e introversión, y suelen tener pocas relaciones
amistosas y, además, poseen una percepción del mundo exterior bastante negativa,
pues lo consideran violento y amenazador, del que solo les viene agresiones
constantemente. A todo ello se suma malas relaciones familiares del afectado
por dicho síndrome y se observa que hay una mayor incidencia en padecerlo los varones.
La
reclusión de quien padece este síndrome es una habitación de la casa de la que
no salen nunca, y la falta de relaciones familiares y personales lo suplen a
través del mundo virtual que les llega a través de videoconsolas e internet,
aunque sólo un 19% de quienes padecen este síndrome utilizan internet para
relacionarse con otras personas, según estudios realizados recientemente.
El
alejamiento de la convivencia familiar y social no comienza de súbito, sino que
es un proceso largo y su punto inicial es cuando empiezan a estar en su
habitación más tiempo de lo normal, y se quedan absortos navegando por internet
y abandonan las relaciones sociales y también van dejando sus estudios
paulatinamente, hasta que los abandonan totalmente. En este momento en el que
se quedan recluidos en su habitación de forma ya permanente, es cuando se
podría decir que comienza a manifestarse el síndrome de Hikikomori en toda su
crudeza, y es cuando se inicia ese suicidio social, aunque no vital en todos
los casos, pero sí en algunos.
Su habitación
en el que se encuentran recluidos es el epicentro de su mundo en el que lo
físico se reduce a ese pequeño espacio y lo virtual gana terreno a lo real. Sus
hábitos cotidianos cambian drásticamente, pues duermen durante el día y pasan
la noche jugando a videojuegos o viendo la televisión, las únicas vías por las
que ven y oyen a otros seres humanos. Otro síntoma alarmante es que descuidan
su higiene personal y no tienen ningún tipo de comunicación con sus familiares.
En algunos de los casos, tienen un comportamiento violento y acusador hacia sus
padres; otros, por el contrario, se hayan deprimidos, tristes y padecen
obsesiones y ansiedad extremas que, en ocasiones, los llevan al suicidio.
En el
Japón es donde fue diagnosticado y reconocido como un síndrome, pero no sólo
afecta a ese país que tiene una cultura muy competitiva, exigente e
individualista, por lo que se asociaba dicho síndrome con la cultura japonesa,
aunque se han empezado a dar casos, que han ido aumentando hasta llegar a una
pandemia, que se ha ido manifestando en todo el mundo. Se han descubierto casos
en Omán, Italia, India, Estados Unidos y Corea. En España ya hay diagnosticados
más de 200 casos en los últimos años, aunque en Japón, su país de origen, hay millones
de personas que manifiestan este síndrome.
Según
han manifestado personas afectadas por este mal, la razón para recluirse en su
casa y no querer salir se basa en el deseo de estar solos, unido a un
sentimiento de apatía y rechazo hacia el mundo exterior, además del evidente
temor a salir de esa zona de confort y refugio seguro que es su propio domicilio.
Sin embargo, no hay que confundir este síndrome con la agorafobia que son
trastornos muy distintos y con síntomas diferentes, aunque tengan en común el
miedo a salir de casa. Los agorafóbicos tienen contacto con el exterior a
través del correo, el teléfono, internet y les gusta recibir visitas. Los
afectados por el síndrome de Hikikomori les tienen miedo a las relaciones
sociales y rechazan cualquier contacto, tanto fuera de su casa como dentro.
Quienes
padecen este síndrome tienen en común el aislamiento total y la ausencia de
relaciones, aunque no todos lo viven de la misma forma ni en el mismo grado de
intensidad. Por ejemplo, el
junhikikomori o pre-hikikomori, sale de vez en cuando o asiste a
las clases, en el caso de los estudiantes, pero siempre evita cualquier tipo de
relación social. Por el contrario, el Hikikomori social es aquel que rechaza
completamente los estudios o el trabajo, pero mantiene algunas relaciones
sociales a través de internet. También, existe el tipo llamado el
Tachisukumi-gata, que es quien sufre una fobia social extrema y se siente
paralizado por el temor al contacto con otros seres humanos, incluida su propia
familia. Y, por último, estaría el caso del Netogehaiiin, que significa algo así
como “zombi del ordenador”, pues presenta una reclusión extrema y dedicación
absoluta de todas las horas del día que permanece despierto, usando el
ordenador y todos los medios audiovisuales que tenga a su alcance.
Ante
este síndrome y sus subtipos tan incomprensibles para cualquier ser humano, por
sufrirlo jóvenes que están empezando a vivir y que muestran un rechazo total a
las relaciones humanas y al mundo exterior, se han planteado por los expertos
las causas de este mal que va en aumento imparable, aunque sólo se ha llegado a
meras hipótesis por parte de los investigadores, pero sin conclusiones
definitivas. Algunos achacan este mal a la tecnología que ha provocado y ofrece
un mundo virtual en el que los jóvenes se ven inmersos cada vez desde más
temprana edad, llegando a perder el contacto y el sentido de la realidad.
Otras
investigaciones, lo achacan a factores familiares como puede ser una presión
psicológica excesiva de los padres hacia sus hijos para que triunfen y sean
competitivos, y la escasa comunicación existente en el seno familiar; por otro
lado, se le achaca a cuestiones socioeconómicos, en cuanto a que el individuo
se ve forzado al conformismo de querer ser iguala los demás, con rechazo hacia
lo diferente, en una alienación aplastante de la propia individualidad, cuestión
esta última que se presenta en grado sumo en la sociedad nipona. También otros
lo achacan a factores económicos que obliga al trabajo de los padres con
horarios excesivos que les impide tener un mayor contacto y diálogo con sus
hijos y eso obstaculiza una mayor y comunicación familiar.
Pero
todos los expertos añaden que no existe4 una causa única que sea la culpable de
este síndrome, sino que son muchos los factores que entran en juego en su
génesis, en mayor y menor grado.
Este
síndrome, como cualquier otro trastorno tiene efectos nocivos sobre la salud,
tanto física como mental. Al nivel físico la ausencia de todo tipo de ejercicio
y actividad puede ocasionar anemias, fragilidad en las articulaciones y llagas,
por permanecer sentado durante mucho tiempo al día, o echado sin moverse.
A
nivel psicológico puede acarrear la pérdida de las habilidades sociales para
poder relacionarse, además de sentir sentimientos de inseguridad, culpabilidad
y miedo, lo que refuerza aún más la decisión de seguir recluidos en su zona de
confort.
No
existe un tratamiento en la actualidad `para este grave problema, porque es
relativamente nuevo y las investigaciones al respecto no han dado todavía la
solución efectiva. Sin embargo, en Japón, el país donde se inició, aconsejan
los especialistas que el afectado salga por sí mismo y de forma progresiva,
pero sin forzarlo ni tratar de razonarle para que cambie su conducta. En
Occidente, por el contrario, se aconseja una postura totalmente opuesta, porque
los expertos opinan que es mejor una acción mucho más enérgica con quienes
sufren este síndrome, para poder así atajar el problema de raíz, por lo que es
necesario hacer salir al afectado por el síndrome de Hikikomori de su
habitación, sin admitir una negativa.
Todo
ello se lleva a cabo a través de dos terapias distintas: La primera el método
médico psiquiátrico; y, la segunda, el método psicosocial. Es un experto quien
debe determinar cuál es el más apropiado para cada caso en cuestión.
Lo que
hace pensar este síndrome que margina a la persona que lo sufre de toda relación
social, incluso con su propia familia, es que en su trastorno cree que el mundo
virtual, el que aparece detrás de la pantalla de un ordenador, videojuego o
televisor, puede vivir también, sin necesidad de estar en contacto con la
realidad, con el mundo en el que vive sólo físicamente en su retiro, pero al
que teme y rechaza a partes iguales. En él se siente seguro de las agresiones
externas, de los conflictos interpersonales, de los desengaños, de la competitividad
y de los abusos en el trabajo, en la escuela y en toda parcela social en la que
varios seres humanos se relacionan, y por ello existe el miedo de ser derrotado,
utilizado y dañado por los otros.
Ese miedo
hacia lo exterior hace que el joven Hikikomori quiera cerrar con llave la
puerta de su habitación, cerrar toda posibilidad de que el mundo exterior y sus
amenazas llegue hasta el interior de su habitación, lugar en el que se siente
seguro y cómodo, porque en él tiene la llave para dominar y vencer a los demás,
para poder callarlos, destruirlos o paralizarlos. Esa llave maestra no es otra
que el botón de apagado/encendido de su ordenador, el mando de su televisión o
de su videoconsola. Si el mundo real ofreciera esa posibilidad, no haría falta
recluirse en la propia habitación para habitar el mundo virtual, rodeado de criaturas
evanescentes a las que no se puede tocar porque están detrás de una pantalla,
pero siempre obedientes a las órdenes que reciben a través de los respectivos
mandos: habla más alto o más bajo, quédate quieto, desaparece de mi vista, muérete,
o volvamos a empezar desde el principio.
Sí,
cuando el mundo real ofrezca esas armas invencibles de defensa y ataque, llegará
el momento de que el joven Hikikomori salga de su habitación, de su casa y vuelva
al mundo exterior, sin poner ninguna traba ni oposición a abandonar su refugio.
Pero, mientras tanto, seguirá jugando a videojuegos interminables, verá
películas unas tras otras, o navegará por internet incansablemente. Mientras
compadece al resto de los mortales por estar atrapados en la realidad, sin
tener ninguna salida de esa trampa mortal en la que él cayó antes, pero supo escapar
a tiempo de que lo devorase, como a tanta gente, que sale en la televisión y en
la prensa que lee en internet, ha muerto de hastío, desengaño y desesperación
porque su lucha por el triunfo, por el éxito que tanto le inculcaron en la
niñez, fue el señuelo para que picara y quedara atrapado definitivamente en su desdicha. Mientras
el mundo sigue loco en sus afanes ilusos, él seguirá en ese mundo virtual en el
que quien dicta las reglas es él y siempre, siempre, es el ganador de todas las
batallas.
¡Y,
después, dicen que el trastornado es él! Sonríe pensando que cada vez habrá
muchos más como él, abrazado a su soledad y aislamiento, pero a salvo de todo
lo malo que viene del exterior, de esa realidad que tanto daño le hizo y a la
que ahora impide que entre en su habitación nada más que detrás de una pantalla
salvadora, esa que lo protege del miedo, del dolor y de la soledad, esa soledad
tan punzante que sólo encontró cuando estaba al lado de sus semejantes.