Si hay una forma de absoluta marginación es desaparecer del propio entorno sin dejar más rastro que la angustia, la desesperación y el sufrimiento para la propia familia y amigos que se preguntan qué le ha sucedido a la persona desaparecida, negándose a aceptar que su desaparición sea por voluntad propia, lo que, casi nunca, es aceptable por los más allegados
Las causas de cualquier desaparición pueden ser muchas, desde la propia voluntad de romper con todo y alejarse de una vida insatisfactoria, cuando no desgraciada, al accidente fortuito, el secuestro con fines sexuales o, en algunos casos, materiales a fin de pedir un rescate o, peor aún, para introducir a la persona secuestrada, en caso de ser mujer, en el terrible inframundo de la trata de blancas. También, el homicidio con ocultación del cadáver, como sucede lamentablemente en muchos accidentes para evadir las consecuencias legales que ello conlleva para el causante de estos. Sin olvidar el asesinato o el suicidio, en el que, quien desea morir prefiere desaparecer de su entorno familiar para llevar a cabo su letal designio, ocultando así su intencionalidad.
Cada día desaparecen en España 100 personas y de 4 de ellas no se volverá a saber nada nunca, cifra que va en aumento imparable. El mayor número de desaparecidos corresponde a los adultos en un porcentaje de un 55/60% y el 35/40% restante son menores. En España existen 14.000 desaparecidos de los que se tiene noticias desde hace muchos años y se sospecha que nunca regresaran a sus casas,
La mayoría de los casos termina felizmente con la aparición de los desaparecidos, bien por una vuelta voluntaria o por ser encontrados por las fuerzas de seguridad. Sin embargo, según el Ministerio del Interior, el 8% de los desaparecidos nunca volverán a sus hogares ni se sabrá nada más de ellos, dejando a sus familias en una permanente angustia y desolación, sin poder cerrar nunca el período de duelo.
A pesar de que esa cifra es trágica, la plataforma SOS desaparecidos eleva el porcentaje al 12%. Por ello, creen que, por estos elevados números de desaparecidos sin retorno, es necesario tomar medidas, ya que el protocolo de actuación está obsoleto.
Independientemente de que es cuestión de las Fuerzas de Seguridad, la Justicia y el Gobierno tomar medidas para poder actuar con mayor eficacia, medios y rapidez en el seguimiento de estos trágico casos, también es la sociedad en su conjunto la que tiene que coadyuvar en la resolución de estos dramáticos casos, sobre todo cuando son niños o ancianos los que están implicados en ellos. Es necesario estar alerta ante los peligros que representan ciertas situaciones cotidianas en las que parece que no puede suceder nada, cuando la experiencia demuestra que ocurre todo cuando menos se espera, como es el caso de niños desaparecidos cuando juegan en parques y jardines cercanos a sus domicilios y desaparecen ante el estupor, la indignación y el miedo de sus familiares, incrédulos a que puedan pasar estos desgraciados sucesos a pocos metros de sus casas, en un entorno en el que se sentían seguros hasta que el hecho trágico se produce.
La mayoría de los adultos parece que desaparecen por voluntad propia, a no ser en el caso de enfermos que padecen una merma sensorial y se extravían sin poder volver a sus domicilios y aparecen muchas veces muertos en cualquier cuneta por atropellos, inanición, frío o las propias dolencias que padecen, después de varios días desde su desaparición- Muchos quieren partir de cero en un borrón y cuenta nueva en el que dejan a sus familiares desconcertados, asustados y en continua angustia, preguntándose qué han hecho para que el familiar desaparecido haga algo tan drástico y torturador para quienes se quedan como es desaparecer sin decir la causa, sin despedirse y sin dejar más esperanza de un posible regreso que no sea la negación de sus allegados a admitir que esa decisión será de por vida.
En todos los desaparecidos por voluntad propia -los otros casos entran dentro de la criminalidad y no dependen del deseo de la víctima-, tiene que haber siempre un punto de inflexión, de volver la vista atrás y pensar si ha valido la pena de haber hecho algo que, sabe, ha dañado gravemente a sus familiares, pues con ese lastre emocional es difícil poder comenzar una nueva vida con la mente y la conciencia en blanco. Quizás, en el fondo, muchos querrían volver atrás, al día en el que decidieron marcharse de su entorno habitual y poder repensarlo, tomar otras decisiones menos dañinas para todos y no sentir ese vacío que deja una decisión personal sobre cómo vivir la vida que ha destrozado la de quienes formaban parte antes del propio entorno vital, lo habitaban y compartían.
Muchos de esos desaparecidos voluntarios, en el fondo, quizás, querrían tener fuerzas para volver atrás a enfrentarse con sus propias responsabilidades y pedir perdón o esperar a que se lo pidieran quienes causaron su marcha y su desdicha.
Pero, todos, sin duda alguna, llevan en su recuerdo, en algún rincón de su corazón, de su nostalgia y de su soledad entre extraños, el vacío que ha dejado ese hogar abandonado y quienes lo habitaban, las risas, voces, miradas e, incluso, reproches, de quienes ahora son como figuras fantasmagóricas que se le aparecen en sueños, o en pesadillas, y a quienes pueden culpar de su decisión, o bien, considerarlas víctimas de su propia voluntad de huida, de escapada de una vida insatisfactoria o desgraciada, que era la única salida a su desesperación o a su búsqueda de una felicidad de la que siempre creyó que estaba en otra parte.
Esa convicción siempre resulta, al final, tan engañosa como la idea de que se puede construir algo nuevo, una vida y un futuro, con materiales viejos procedentes de un derribo anterior que no es otra cosa que la propia vida derrotada.